jueves, 25 de mayo de 2006

Y me dijo: ¡Perdona lo Borracha!...

Quisiera ahora manifestar que no se trata de igual manera, como si diese lo mismo, decir una cosa, decir otra o no decir....Por ejemplo, no puede una interpretar y responder del mismo modo a un “¡lo siento!”, que a un “¡perdona a la borracha!”, o “¡perdona lo borracha!”, o simplemente a un “decir nada”.

En primer termino, como forma de establecer un acuerdo inicial, hay que reconocer que “decir nada” es de entre las alternativas la menos popular. “Decir nada” es como huir corriendo frente al evento, desaparecerlo, enterrarlo en una fingida desmemoria, que por lo demás impide mirar a los ojos. De todos modos, ha de tenerse en cuenta que no necesariamente siempre es el silencio más indeseable que algunas palabras. Ahora bien, en un segundo lugar tenemos a un “¡lo siento!” que, pese a que su efecto de reparación pueda ser dudoso permite saber que hay desde la otra un reconocimiento a la una. Sin embargo, un “¡lo siento!” no dicho queda en nada, y por tanto, habiéndose dicho cosas, su ausencia puede ser peor aún que el silencio.

Respecto de “¡perdona a la borracha!”(frase posible pero tampoco dicha) frente a un “¡perdona lo borracha!” ( que corresponde a lo dicho) no se puede quedar una indiferente al modo imperativo en que se plantea, que obliga a la receptora, para el caso yo misma, a un perdón que bien puede no tener ningún sentido pero que de todos modos se exige. Aún así, no da lo mismo decir “¡perdona a la borracha!” que “¡perdona lo borracha!”, pues en el primero de los casos una puede ubicar la exigencia de alguna condescendencia en una sujeta especifica que además de borracha cuenta con una serie de características que la conforman y, puesto que la sujeta está identificada, es toda ella digna de piedad ya que es toda identidad, ELLA ES: “la borracha”, que ha obrado mal, no en su ebriedad, sino en su actuación. Entonces, aunque persiste el modo imperativo, es a partir del reconocimiento que una se permite preguntarse por las obras de “la borracha” y evalúa el perdón, la disculpa o por lo menos la comprensión empática y amorosa de los hechos.

Vean pues que “¡perdona lo borracha!”, dista mucho de la anterior y se parece mucho más a un “¡perdona lo desordenado de la casa!”, al cual se responde como autómata diciendo: “¡oh, no es nada!, ¡mi casa si que es desordenada!”, exculpando así a la anfitriona de su descuido y culpándose una misma sin poner en cuestión los egos de ella. En esa línea entonces la cosa iría más o menos así –“¡perdona lo borracha!”- a lo cual se replicaría -“¡oh, no te preocupes!, ¡yo he estado más borracha!”- y con eso zanjamos el tema, la tuya y dos más. Se puede ver entonces que la exigencia de perdón, de exculpación, se limita a la ebriedad y no a los actos, y por cierto en ningún caso a las emociones que puedan haber sido tocadas en los actos, como si el mero estado embriagado justificase todo lo que sucede y por lo tanto el perdón pudiese distribuirse como por chorreo a través del todo, como economía de los Chicago Boys.

Desde una perspectiva más deductiva y creativa una puede imaginar pues, que tras la frase “¡perdona lo borracha!” hay una solicitud de comprensión del estado, y por tanto las responsabilidades de cualquier acto radican específicamente en las condiciones etílicas que producen una “perdida de control”, que ampara cual embajada, frente a cualquier posible reclamo. De este modo, los vapores alcohólicos libran de toda culpa a la sujeta, pues en definitiva han sido ellos y no ella quienes han obrado, por lo tanto se pasa de Sujeta a Sujeta-Objeta.

Reconocida la posibilidad de objetivar nace la necesidad de aislar de los eventos y de la solicitud de perdón el factor alcohol. Así, frente a un espejo y en el privado ejercicio teatral de perdonar lo borracha, se da una cuenta que aún quedan los actos y las emociones, que tienen existencia en sí mismos, más allá de los vapores. Una se pregunta entonces si es posible perdonar, así, desde el “¡perdona lo borracha!”, extrayendo la culpa como quien extrae aguardiente y la pone en un alambique para luego macerar en ella la emoción como si fuese guinda, así, bien agridulce.

“¡Perdona lo borracha!” desde la obligatoriedad imperiosa que impone quien tiene miedo de perder cierto estatus blanquecino y oculta tras un velo de ron sus indignidades y culpas.

“¡Perdona lo borracha!” dicho desde la impersonalidad de la línea telefónica, oculto
en una despedida apresurada, para no despertar sospechas; así, dicho, refugiado, cobarde, sin tacto, sin mirar a los ojos, sin sutilezas, rápido para que no haya posibilidad de replica, dejándola a una encerrada entre el imperativo y la reconstrucción de la frase entre las bases musicales y conversaciones de multitudes; dejándola a una sorprendida de falta de estima, atónita frente a lo aberrante, gélida frente a la insistencia humillante de un repetitivo “¡perdona lo borracha!”.

Confieso que prefería conservar dulce el recuerdo.

No perdono el silencio, no perdono la frase, su forma ni su contenido, no perdono lo borracha, no perdono lo repetido, no perdono el abrazo sin sentido ni el beso escondido.
(Todo lo necesario de decir ya está dicho, doy el capítulo por cerrado...)

2 comentarios:

Ojos miel dijo...

Lamento su dolor, estimada.
Por más que nos demos explicaciones, hay cosas que simplemente duelen y nos dan pena.

Cuando alguien solicita perdón, debería solicitarlo en persona, sin excusas, asumiendo la falta e intentando repararla, asumiendo que le interesa mantener la relación. Si no opera así, usted deberá decidir si continúa o no una relación así. La evitación, falta de contenido, es una falta a la relación.
Otorguese su propio valor.

saludos

Angelina dijo...

En eso estamos querida... con la frente en alto y con dignidad...

Un abrazo..